domingo, 8 de junio de 2008

MI MECANO

La Relatividad de Escher

Justo esa mañana, esa y no otra, que amanecés completamente convencido de que tu vida (fuera de algún que otro detalle) no podría ser más perfecta, prolija y soñada de lo que es. Justo ese bendito día en que creés que prácticamente todo lo que existe en tu vida, calza a la perfección por más mecano de mil piezas que sea. Justo ese día y no otro, una de las piezas se cae al vacío desestructurando toda tu fisonomía, tu desierto con oasis, tu minucioso laberinto de azahares. Y el vacío, ese mismo hueco oscuro en el cae la pieza hacia el infinito, se presenta ante tus ojos volviéndote la mirada hacia tu implacable soledad, esa de la que te jactás, esa que a veces es amiga y a veces es enferma. La misma soledad que venís alabando hace tiempo, la misma con la que soñás hace años, se exhibe ante vos con un puñal de victoria que ni siquiera vos mismo podés entender. Porque en ese momento, sólo en ese preciso instante, duele, te cala hondo, te corroe como si pudiera derretirse ante tus ojos y convertirse en ácido, en el veneno que recorre tus venas, en la daga que derramará tu sangre precisa pero lentamente.
En verdad, no es tan grave, sólo implicaba un minuto de compañía al día… ni siquiera al día. Pero era EL minuto en el que estabas acompañado. Ese rato en que tu vaso no era el único, ni tampoco tu risa, ni únicas tus manos. Era ese minuto de distracción que te hacía falta para terminar el rompecabezas de tu vida perfecta.
Y ahora falta una pieza… la pieza de las cosas compartidas, las necesidades sostenidas y sobre todo y ante todo, la pieza de la risa, esa que tanta falta te hacía.

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