lunes, 9 de junio de 2008

FREEDOM


Tus propias decisiones te atan o te liberan, o incluso, te atan y te liberan al mismo tiempo. El hecho mismo de poder decidir se convierte en algo sumamente liberador que te rescata de las garras de lo irresoluble para abrirte el pecho de par en par y mostrarte a la libertad en su máxima expresión. Pero las sentencias determinadas en nuestra vida también nos encadenan. Nos enlazan a personas o nos retienen en lugares acordados.
Lo más trascendental, y lo que me trae a esta cuestión, son aquellas decisiones que nos liberan por completo, que convierten nuestra vida en algo cabalmente distinto casi como independizándonos de nosotros mismos, del destino que trazamos hasta ese momento, desvinculándonos, en verdad, de eso que llamamos nuestra propia vida.
Y lo valioso de ese único e insuperable momento es ese sentimiento de autonomía absoluta que colma el alma, el corazón, la psiquis y hasta la cordura. La mínima posibilidad de rediseñarnos nos llena de regocijo, el deber de empezar de nuevo nos abre ante nuestros ojos un abanico de caminos insospechados que, aunque nos paralice de miedo, nos hace sentir más vivos que en nuestro propio recuerdo.
En cierto modo nos atamos, quizás, a la horrible sensación de fracaso, al inaudito ojo ajeno que nos mira con el recelo que conlleva el ya haber decidido y haberse equivocado. Pero, de todas formas, la libertad se hace presente. Digan lo que digan por detrás tuyo, vos tenés nuevamente las riendas de tu vida. Probablemente (y porque es mi caso), ya no tengas marido o casa o vaya dios a saber cuántas cosas, pero sí tenés un futuro (ahora incierto) que YA mismo podés empezar a dibujar, sin pensar en nada ni nadie más que en vos. Y si a los 30 eso no es liberador… ¿qué lo es?
Ahora bien, ya estás en la etapa en que el fracaso y la decepción te importan poco y nada, ya te sentiste libre y dueño hasta de tu razonamiento; ahora te queda empezar a decidir de nuevo, de cero, y con el grato sabor de todas las cosas que tenés a favor después de tantos años de experiencia, de años acumulados de estudio y atesorados en distintos trabajos. Ahora sí, tenés el mundo a tus pies y podés elegir el camino que quieras...

Quizás la libertad sea un manjar que se disfruta mucho más siendo adulto.

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