sábado, 31 de mayo de 2008

OASIS EN EL DESIERTO


¿Somos seres de luz en busca de otros seres luminosos, de aquel resplandor que nos completa? ¿O simplemente somos seres atiborrados de soledad en busca de compañía, de un cúmulo de situaciones que nos quiten del desierto?
Probablemente solo necesitemos desesperadamente estar acompañados y por eso añoramos encontrar a ese que comparta un par de cosas compartibles con uno, únicamente un par porque todas sería imposible. Entonces, nos transformamos un poco en “yo” y un poco en “vos” y compartimos ambas partes. Con una pizca (o bastante) de piel y pasarla bien, alcanza. A veces sólo con creer que la pasamos bien.
Y es ahí, cuando saciamos un par de necesidades fisiológicas y otro par, psicológicas y nos sentimos completos, eternos; incluso, indestructibles.
Así y todo, el problema no sería que dure un suspiro en el viento, ni siquiera que sea eterno, siempre y cuando sea la luminosidad realmente designada. El problema es cuando la luz se apaga, porque se apaga. Algo la ahoga hasta extinguirla. Alguien (ni vos, ni yo) sopla la vela y prende el interruptor eléctrico para que podamos ver nuevamente al desierto, para que podamos visualizar como en una película a las ganas de ya no compartir más nada, una película que hasta nos muestra que en verdad no compartimos lo que creemos que compartimos, para sufrir de soledad al darnos cuenta que ya ni siquiera existe el pasarla bien, que ya no alcanza con saciar necesidades. Y de golpe, sin enterarnos, nos transformamos en mitades incompatibles, con fecha de vencimiento y absolutamente vulnerables.
Y, en verdad, si esta fuera la real dificultad, hasta sería sencillo. El brete, el verdadero embrollo del asunto, es cuando ya pasó el tiempo y te diste cuenta tarde. Tarde porque pasaron los años, los cuales se perdieron como arena entre los dedos; tarde porque cometiste la idiotez de casarte, o mucho peor aún, tuviste hijos. Tan sólo perder el tiempo resulta grave. Abrir los ojos una mañana y ver que la vida pasó… y pasó. Y podrías haber hecho cosas maravillosas con tu vida… pero no, te quedaste al lado de ese alguien (cualquiera) cubriendo un par de tus necesidades. Y entre tanto, la vida realmente pasó.
Y si todo terminara ahí, tampoco sería tan grave. Si te dieras cuenta, abrieras los ojos esa bendita mañana y te dieras cuenta. Y entonces reaccionaras y simplemente te fueras y todo terminara ahí, seguiría siendo sencillo. Pero la psiquis es naturalmente mucho más complicada. A tu “darse cuenta” lo persiguen los miedos, el pánico y la aterradora sensación de necesitar con todas tus fuerzas aferrarte a la soledad de nuevo y buscás un nuevo “rincón de paz” para regocijarte en el desierto. Incluso te regodeás de tu nueva vida sintiéndote maravillosamente completo dentro de tu propio encierro.
Pero en todo desierto hay un oasis y eso te da más miedo.
Entonces, cuando te encontrás felizmente recluido, el oasis se hace visible. Y es como empezar de nuevo y otra vez anhelar compartir algo, al menos un rato. Y es ahí cuando la demanda de tu propio cuerpo te hace entrar realmente en pánico. Todo lo que olés, sentís y percibís ahora es sólo pánico y más pánico. El miedo te paraliza, la desconfianza te aniquila. Y ni siquiera importa si va a durar un suspiro en el viento (que a esta altura, te sería absolutamente perfecto), lo único que te afecta es la lejana (porque todavía está terriblemente alejada de tu propia deducción), la lejana posibilidad de volver a equivocarte, el todavía indeterminado riesgo de engancharte y sumarte a algo que termine siendo la nada misma y peor aún, algo que te haga perder el tiempo. Cuando lo más espantoso de toda la trama es que quizás, a futuro, pueda funcionar. Nunca se sabe. Entonces, cuando te topás con un minuto clave, una pregunta incierta o realmente el quid de la cuestión; cuando te chocás de frente y sin frenos con lo que te pasa, te aterrás y reculás. Te transformás en alguien que no sos, ni siquiera en alguien que querés ser. Pero te tornás confiable hacia vos mismo. Leal a tu miedo e ileal al otro. Y ahora, que realmente lo entiendo (y lo releo e, incluso, entiendo a mi ex marido) terminás arruinándolo todo: a lo efímero y, probablemente (porque seguimos sin saber quién será), a lo eterno.

El detalle destacado es que tus miedos, que obviamente no expresás porque son TUS miedos y por lo tanto acaban convirtiéndose en algo definitivamente incomprensible, terminan asustando al otro… a veces demasiado a tiempo.

viernes, 30 de mayo de 2008

CAMINANTE NO HAY CAMINO…

Imaginar que se cumplen los sueños, sospechar quién puede acompañarnos en ellos, suponer que no quedan tan lejanos, comprender que ya encontramos el camino, creer que todavía no es tarde para recorrerlo, figurarse que ya llegará la forma y, mientras tanto, la maldición de conformarse con lo que queda, la endiablada tradición, llena de costumbre, con respecto a lo que queda. ¿Será esa la razón por la cual las relaciones se rompen en mil pedazos? Para ya no soportar la abominación de transitar un camino que no es nuestro, que no nos pertenece, que se muestra extremadamente ajeno.
Es como si la vida de pronto se convirtiera en un intrincado laberinto de cuentos y uno persiguiendo sueños equivocara el camino y tomara por la puerta incorrecta y terminara en un peregrinar lleno de ilusiones rotas, habiendo caminado por horas, días, meses, incluso años, por la vida de ya ni sabemos quién, alguien al que no reconocemos, ese que apoya sus huesos del otro lado del colchón aunque sea un intruso en nuestro cuerpo. Y darse cuenta, es peor que haber desacertado. Darse cuenta es frenar en seco y primero decidir ser uno mismo, el de los sueños, o ser “eso” en lo que nos convertimos. Darse por enterado es desgarrar al alma en un vacilar de confusiones y comenzar a andar por un trayecto de dolor que no se escapa, que ya no para, para ver convertirse al laberinto en una maraña de padecimientos, los propios y los ajenos, rechazándose a uno mismo y a ese otro que alguna vez sumamos al error de nuestro cuento.
Y quizás, sólo quizás, darse cuenta implique retroceder sin mirar hacia atrás, hundirse en la maleza de ese laberinto de arbustos al cual ya no recortamos ni emprolijamos hace tiempo y tratar de huir de nuestras propias decisiones, de nuestro propio tiempo, como si uno pudiera simplemente volver al punto de partida y empezar de nuevo, de cero, a perseguir los sueños que no se cumplieron, a sospechar quién puede acompañarnos en ellos y suponer que ya no son distantes, percibir que encontramos el camino y entender que todavía no es tarde para recorrerlo y, mientras tanto…

Mientras tanto, es como si uno tuviera que aprender a caminar de nuevo…

jueves, 29 de mayo de 2008

ABRIL 2008


Hace unos días descubrí la cantidad de cosas que olvidé en mi antigua casa el día que me marché con una valijita prácticamente vacía al igual que mi alma.
Me llevé las ganas de quedarme, es cierto. Eso era lo más importante. Pero dejé abandonado (quizás arrumbado en algún cajón) a mi reloj biológico, ese que hacía tic-tac, tic-tac al momento de mudarme con él, de casarme con él. Es como si inconscientemente hubiera resuelto la inutilidad de ese reloj en mi cuerpo, de esas filosas agujas atiborradas de veneno clavándose en el músculo que se esconde detrás de mis costillas, acuchillándolo, destrozándolo por completo, obstruyendo incluso al razonamiento.
Y ahora ya nadie importa, sólo yo y mi cuerpo sin reloj. Sólo yo y mis ganas de saturarme de vida, de la vida que no tenía, de la yo misma que alguna vez fui y se escondió en un rincón de paranoia a escuchar un tic-tac que resoplaba a gritos que el tiempo pasaba, que el tren se marchaba, que lo que no hacía sólo se perdía.
Me equivoqué tanto… TANTO. De principio a fin fue una equivocación escuchar a ese reloj, dueño de mi cuerpo, a la par de la persona equivocada. Incluso, la situación me es completamente ajena, como si mi yo interno no pudiera ni siquiera creer que fuimos nosotras (mi mente, mi cuerpo y mi fuero interior) las que vivimos todas esas situaciones desesperadas y apremiantes de un cazador a la espera de mis bajas.
Recién hoy y a la distancia, que en verdad no es tanta, me doy por enterada de haber estado los últimos tres años de mi vida al lado de alguien que, incluso, hablaba otro idioma; alguien que jamás entendió que era lo que decían mis palabras. Y mi reloj, tan orgánico, tan vivo, tan estúpido, sostuvo la situación dentro de la línea espacio-tiempo y la dejó crecer y convertirse en sufrimiento en evolución, en levantarse y querer morir, en ver un par de ojos recostados en la cama y preguntarse porqué, por cuánto tiempo más. Convertirse en rechazo, en un rogar repleto de silencios para que no te toquen ni te miren ni te hablen.
En realidad, tengo tantas cosas para agradecerle… pero no puedo agradecer ninguna. Todas las cosas buenas como el convencimiento, el tratamiento, la cura, el ser fuerte y sentirme acompañada y viva, retroactiva; todo fue enterrado por los gritos, las botellas rotas, la arena en los ojos y los escándalos que no fueron pocos. Mi vida pasó de sobrevivir a mi propia locura para convertirse en la locura de otro, en la enajenación de un maníaco depresivo que como ya no podía salvarme decidía aniquilarme.
De todas maneras, siguen habiendo gracias para decir… Uno no es más que la consecuencia de todas las cosas que ha vivido, las buenas y las malas. Uno, no es más que la sumatoria de las cosas que a partir de ahora quiere vivir y de las que sí o sí, suceda lo que suceda, no va a volver a transitar. Podría agradecer, ahora mismo, la contención y el cuidado en exceso… pero todavía no puedo. No puedo verte como el ser que me amaba, porque en verdad no creo que lo hicieras, realmente no lo creo. Me siento un instrumento de tu propia saturación descontrolada para sentirte bajo control. Aunque quizás sí sentías muchas cosas buenas por mí, y al final, ya no supiste como demostrarlas. A fin de cuentas, no supiste sostenerlo.
Pero no te culpo… yo me desperté una mañana, dándome cuenta que nada era lo que pensaba. Y eso fue hace tanto tiempo… Y fui más buena con vos en ese entonces, que cuando quería creer que te estaba amando. Pero supongo que esas cosas se perciben, se deslizan por los poros de la piel como serpientes. Quizás tu trato nada grato sólo era consecuencia de mi desamor, de mi rechazo oculto tras los ojos de mi alma. Quizás…
Y ahora. Ahora es la primera vez en muchos, muchísimos años que me siento feliz conmigo misma. No por haberme casado… no por haberte dejado. Simplemente, porque vuelvo a ser yo. Yo misma, sin que nadie me diga qué tengo que hacer, decir, pensar o escribir. Una “yo misma” que me gusta, que se traduce en cómo me veo, en como me siento… y en como me sienten los demás. Me encuentro haciendo cosas que me satisfacen y me topo con mi propio cúmulo de “cosas claras”. Eso es lo que me pasa. Es la primera vez, en mi vida entera, que puedo ser sincera conmigo misma y saber conscientemente y sin tapujos qué quiero y qué soy capaz de hacer para lograrlo.

Recién ahora, con 30 años recién cumplidos, sé que no amo. No es que nunca haya amado. Sencillamente, ahora no. Y me llena de una felicidad casi innata saber que hoy sé lo que siento. Me permite parar, frenar en seco, otra vez… y empezar de nuevo.
Alguien dijo que la vida empieza a los 30. Yo creo que es cierto.

miércoles, 28 de mayo de 2008

MI 2007

ME EMPEÑO

Te espero, te sueño, te delato.
Te entrego mi indecencia,
juego un rompecabezas.
Me agoto de buscarte
y me canso de extrañarte.

Me escondo en los tesoros del hartazgo,
me encuentro en las sonrisas
de tu cuerpo sin regazo.

Te busco en la insolencia
de las noches sin pastillas.
Indago tu estadía,
tus horas de delicia.

Añoro la vergüenza de tenerte
y me escabullo en los laberintos
de mi mente.

Te amo con locura trastornada,
te busco hasta en las hojas de las ramas.
Te espero con silencio disidente,
diverjo en los latidos de un demente.

Me acuerdo de los días de destino,
discrepo con la vida sin sentido.
Anhelo tus secretos más sencillos
y estallo en un lamento conocido.

Espero tu sonrisa en la ventana
y empeño mi coherencia destilada.

martes, 27 de mayo de 2008

UN SIN FIN DE COSAS - febrero 2008

Tengo un hijo que es un perro. Es mi hijo, pero es perro.
Tengo un duende en una almohada y una flor en la ventana.
Tengo ganas de perderte, desterrarte de mi mente.
Incluso, a veces, tengo necesidad de muerte.

Tengo rosas en el alma y rimel en las pestañas.
Tengo un árbol de cerezo y la piel llena de besos.
Tengo ganas de llorarte, de escupirte, de asfixiarte.
Incluso, a veces, tengo necesidad de odiarte.

Tengo un avión en la ruta y el corazón lleno de viruta.
Tengo un mundo de lamentos, de cenizas y de afectos.
Tengo ganas de olvidarte y remedios para darte.
Incluso, a veces, tengo necesidad de ir a buscarte.

Tengo un proyecto de vida en el que nunca participaste.
Tengo una alianza atiborrada de diamantes.
Tengo ganas de llamarte pero sólo para sacrificarte.
Incluso, a veces, tengo necesidad de necesitarte.

SIN MAS ESPERAS - enero 2008

La soledad se me convierte en ingrata mientras mi lucidez escapa por las ventanas. Dejarte no fue simple ni sencillo pero pensarte se transformó en inhumano e impreciso.
Me hubiese gustado regalarte mis oídos, decir tres palabras más de las que dije o resolver el intrincado acueducto de tu mundo sin razón y sin motivo. Pero era innecesario repetir lo mismo hasta el cansancio sin que lo entendieras; era redundante intentar dilucidar tus frágiles tormentas. Y mi cuerpo ya estaba agotado de esperarte, de creer que la evolución en vos era inevitable.
Me hubiese gustado que dejaras la ironía para otro día, que preguntaras porqué o que respondieras tirando la llave de nuestra puerta hacia el infinito de tu basura cotidiana. Me hubiera encantado que no intentaras brindar por mi inminente despedida. O, mejor aún, que hicieras inminente mi regreso hacia el recoveco de tu vida.
Habría hecho el esfuerzo una vez más, pero dejaste mi partida servida sobre la mesa. Dejaste que hiciera la valija y cerrara la puerta, dejando que escapara de tu risa saturada, huyendo de la estela de tu alma.
Hoy, la soledad se convierte en ingrata y la lucidez se fuga en mi ventana. Hoy, a la sonrisa cuesta fabricarla. Pero, lamentablemente, no puedo más que decir gracias.

FRACTURADOS - enero 2008


La esquizofrenia de tus sueños
palpitaba en nuestro nido
y el fulgor de mi inocencia
se fundía en la derrota
de unos mínimos latidos.

Te adueñaste de un par de miedos
que agonizaron sin sentido,
devastando la osadía de perderte,
demoliendo por completo los sentidos.

La demencia de tus palabras
fue desmantelando, poco a poco,
a la coherencia del descuido
y el sudor de tus desgracias
fue cubriéndose de olvido.

Cada uno de tus pasos
fue premeditado y obstruido,
cada uno de mis sueños
fue muriendo con atino.
Cada una de tus voces
asimiló que te perdías
y cada pesadilla
lo demostró en cada agonía.

Cubriste de silencios
la casa y las esquinas.
Abrigaste mi decencia
en la telaraña de tu ira.

Es sólo desconsuelo
lo que ahora me cobija.
Es sólo tu desdicha
lo que ahora se desliza.