domingo, 1 de junio de 2008

LONELY HEARTS


Incluso los que veneramos a la soledad bajo el viejo emblema de que mejor solos que mal acompañados sumado a la indiscutible realidad de que, en verdad, no nos sentimos solos. Incluso nosotros, a veces nos sentimos desolados, abandonados en algún recoveco de nuestra propia reclusión de paredes anchas y largas, envueltos en un encierro forzoso disfrazado de cosas encarecidamente más interesantes que hacer.
Y hoy, esta noche, es exactamente así como me siento. No estoy desestimando al atractivo de mi propia vida que bastante buena es. Simplemente, hoy no tengo nada interesante para hacer. Hoy me siento sola, aburrida, vacía y deprimida. Pero, obviamente, es algo que jamás diría.
Mi vida solitaria es algo que cualquiera envidiaría, algo que, aquellos que se perciben ahorcados, cercados siempre dentro de la misma rueda, anhelan, desean y aspiran. Lo cual me hace sentir un poco más interesante y divertida pero no me concibe acompañada, no me permite ningún tipo de contacto físico con un “otro” ni una risa compartida. No se desliza ninguna charla irrelevante y la única copa de la mesa es la mía.
Es entonces, supongo, cuando los solos comenzamos a gestar la idea de que la soledad es mala consejera. Dato que es completamente incierto, poco sugestivo y para nada expiatorio. ¿Porqué la soledad, la bendita soledad, podría aconsejarnos equivocadamente si siquiera tiene entidad propia? Sin embargo, nuestra admirable parte cognitiva se las arregla para que el sentimiento de abandono surja como de entre las cenizas y uno no pueda más que sentirse solo, cansado, perdidamente seco y desamparado. Y es precisamente en ese instante, cuando los solos ambicionamos la vida de los otros: los acompañados, esos que son capaces de agotarse escuchando siempre la misma música o las mismas charlas, esos que terminan siempre en el mismo par de brazos, besando a diario los mismos labios, yendo persistentemente a idénticos lugares con la misma persona que hace vaya dios a saber cuanto. Un milimétrico segundo en el que codiciamos la rutina de los otros, esos que nunca están solos, como si la soledad, la sagrada soledad, ya no fuera bastante compañía. Porque no lo es, mi mente es suficientemente frondosa, pero no siempre es suficiente. Mi pequeño mundo de libros, clases, cine y escritura no alcanza para cubrir el hueco en el desierto. Mi basto imperio de mi propio yo no siempre me cobija del vacío aunque me siente a escribir y me auto acompañe con mis oportunos pensamientos. Y entonces me vuelvo a sentir interesante… y ridícula, a la vez. Inevitablemente ridícula.

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